SANTO DOMINGO. “Vine a respirar un poco porque da mucha tristeza lo que ha pasado, es terrible”, dijo la dominicana Iris Guerrero a Diario Libre mientras esperaba que la recogieran en la terminal Don Diego del puerto de esta ciudad.
Llegó la mañana de hoy en el ferri un poco perturbada. De sus 73 años de vida, tiene 48 residiendo en Puerto Rico, y decidió junto a su esposo boricua pasar dos semanas en San Pedro de Macorís en busca de superar el impacto emocional que le han causado los efectos del huracán María en la isla.
“Vinimos porque allá hubo una inundación. Donde nosotros vivimos es el área de Levittown. Tuvimos que salir, que el agua nos daba por acá (se señala la cintura). Se mojó todo en la casa y todas esas cosas impresionan, y yo personalmente me sentía ya asfixiada con tantas cosas que una ama de casa no puede resolverlas”, expresó.
Levittown es una urbanización costera localizada dentro del municipio de Toa Baja. Cuando el huracán María pasó por Puerto Rico el pasado 20 de septiembre, con categoría 3, las precipitaciones causaron inundaciones. Días después había largas filas de vehículos cuyos conductores esperaban en gasolineras para abastecerse de combustible.

“Hay quienes no tienen nada, ni agua ni luz, han perdido las casas, bueno, un desastre”.

En toda la isla la cantidad de muertos reportados por el Gobierno ha aumentado a 45, aunque medios de prensa boricuas han hablado de un subregistro en las defunciones. Cerca de 85 % de la población sigue sin energía eléctrica y 40 % sin agua. Se estima que la recuperación tardará meses.
Antes del huracán ya Puerto Rico registrada una alta emigración debido a la crisis económica por la que atraviesa que llevó a que en mayo pasado el gobernador Ricardo Rosselló anunciara que la isla se declaraba en quiebra con el fin de reestructurar su deuda de más de US$70,000 millones. En 2015 se registró una emigración récord de 89,000 personas. Después de María, se ha reportado la llegada de boricuas a los Estados Unidos motivados por la devastación que dejó el ciclón.
“Nosotros tenemos el privilegio de tener agua y la luz viene y se va, pero tenemos luz, pero hay quienes no tienen nada, ni agua ni luz, han perdido las casas, bueno, un desastre”, lamentaba Iris, una enfermera pensionada.
Iris y su esposo Rafael Sánchez, de 78 años, decidieron de forma repentina hace dos semanas dejar su casa sola y venir a la República Dominicana “a descansar un ratito” por unos 15 días. El solo hecho de subir al barco la calmó un poco. “Ya yo no podía más, emocionalmente. Para comprar comida tienes que hacer una fila, dondequiera que vayas (...). Espero que en dos semanas haya mejorado lo del comercio, comprar la comida tranquilos”.
Rafael ha visitado la República Dominicana desde 1962, pero esta vez es diferente. “Dejé mi hija, que se le anegó la casa y perdió todo, televisores, muebles”, dijo apesadumbrado. ¿Y si Puerto Rico no mejora en dos semana, qué harán?, se le pregunta. “Cogemos para Boston”, responde y se ríe.
Un compatriota boricua estaba también en el puerto, con su hija. Desde hace seis meses el hombre vive en la República Dominicana por razones laborales y no se había podido comunicar con ella después del huracán. “La encontré y gracias a Dios ya está acá con nosotros, estaba en San Sebastián, un pueblo en el interior de Puerto Rico, y allá todavía hay mucha carencia, sobre todo de alimentos y de agua”, narró
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