El precio de la apariencia cristiana

 


Había una vez una familia que asistía a la iglesia todos los domingos. Los padres, aunque activos en la comunidad cristiana, vivían una vida de pura apariencia. En la iglesia, eran ejemplares, siempre participando en actividades y mostrando una imagen de piedad. Sin embargo, en casa, sus acciones eran muy diferentes. El padre era severo, distante y nunca mostraba amor o apoyo hacia sus hijos, mientras que la madre, aunque activa en la iglesia, estaba más preocupada por la opinión de los demás que por educar a sus hijos en el amor y los principios de Dios.


Los hijos crecieron viendo la contradicción entre lo que sus padres predicaban y lo que realmente vivían. La falta de un ambiente hogareño genuinamente cristiano, lleno de amor, paciencia y comprensión, afectó profundamente a los hijos. No aprendieron a ver a Dios en su vida diaria, solo lo veían como una fachada para impresionar a otros.


Cuando los hijos llegaron a la adultez, la falta de una base sólida de fe real en el hogar los llevó a tomar decisiones equivocadas, enfrentándose a fracasos personales y profesionales. Su vida fue un reflejo de esa contradicción, donde la apariencia cristiana no fue suficiente para guiarlos en tiempos difíciles. Ellos no vieron un modelo genuino de fe en sus padres, solo una fachada vacía que nunca les brindó la verdadera fortaleza.


Esta historia sirve como una lección sobre la importancia de vivir de acuerdo con lo que uno predica, de ser auténticos en nuestra fe y de enseñar a nuestros hijos no solo con palabras, sino con acciones que reflejen el amor genuino de Cristo. La apariencia cristiana no es suficiente; es la vida vivida en verdadera fe lo que hace la diferencia. 


Por: Pastor Jesús Ramírez

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